La violencia contra la mujer no duerme
Una joven señora y su lucha contra la violencia familiar

Era un viernes de noche, caminaba con dirección a la casa de mi tía. Todo parecía tan normal aquella noche, estaba tan tranquila como un velero en lo profundo de la mar donde solo se escucha el movimiento de las alas de las gaviotas. Jamás pensé que aquella noche daría un vuelco inesperado.

Estaba por llegar a la casa de mi tía, me faltaban 3 casas, pronto estaría tomando alguna bebida caliente para aliviar mi cuerpo de ese crudo frió de la calle, casi al llegar escucho detrás mío que abren una puerta de hierro con una desesperación única, giré de manera presurosa para ver qué es lo que se me venía, me dije: “tal vez es un perro, que se ha escapado y viene dispuesto a morderme”. Pero la realidad era otra.

Una muchacha de más o menos 26 años de edad, salió con una rapidez tremenda, como si hubiera visto al diablo dentro de su casa. La escuche llorando y gritando a la vez, fuera de la casa de su vecina suplicando ayuda, quien salió a su encuentro y la hizo entrar en su casa. A los pocos minutos, la vecina salió acompañada de su esposo y la muchacha. Entraron en la casa de esta joven mujer que derramaba lágrimas de angustia y mostraba temor en sus ojos. El marido de la muchacha resulto ser un verdadero “diablo”, quiso agredir nuevamente a su pareja, olvidándose que allí dentro estaba la vecina con su esposo, quienes salieron en su defensa para protegerla. El tipo estaba bajo los efectos del alcohol, no respetaba a los vecinos y mucho menos a quien alguna vez decía amar. Fue necesario llamar al serenazgo de la zona para que se encarguen de aquel hombre que actuaba como un animal.

De pronto se observan aquellas luces de color azul que caracterizan a la camioneta de los serenos, bajan rápidamente, como si fuera todo un gran operativo, e ingresan a la casa. “¿Qué es lo que habrá pasado dentro?”, pienso mientras espero, observo cómo sacan al tipo a rastras, pone resistencia, forcejea, grita, insulta, finalmente se somete. El agresor, quieto por temor a que lo dejen en una carceleta oscura y fría de la comisaría, no tiene nada más que rendirse y dejarse llevar por los hombres de azul.

Serenazgo se llevo a ese hombre abusivo, y la muchacha se quedó más tranquila, como si le hubieran quitado un peso de encima, pero aún seguía sollozando. Después su vecina comenzó a comentar con las otras señoras, que habían salido también a apoyar o simplemente a ver, lo cual ocurre comúnmente, ver más no actuar. “Esta no era la primera vez que el marido de la muchacha le pega”, comenta con las otras vecinas, “Ya muchas veces he tenido que intervenir en sus asuntos”.

Las vecinas se acercan a la joven mujer para darle seguridad y confianza, la animan para que vaya inmediatamente a poner la denuncia, en el rostro de la mujer se refleja cierto aire de esperanza y comprensión, se la ve decidida, pues acompañada de su vecina y del esposo de esta, se van perdiendo entre las calles rumbo a la Comisaría más cercana.

No tuvo que pasar mucho tiempo para enterarme de que esta joven mujer se decidió a dejarlo todo con tal de llevar una vida mejor, se refugió en la casa de sus padres, quienes la apoyaron, no es fácil salir de un entorno de violencia, pero la valentía de esta mujer demuestra que no es imposible.

Gumer Carazas Pravia